Una
de las mejores rutas que se pueden hacer en Puerto Serrano y destacable
a nivel comarcal, tanto a nivel paisajístico como histórico, es sin
duda la ruta que parte de Toleta, pasa por la ermita de la Gloria, el
rancho de Felisa, bordea la dehesa de la Nava y baja por el cerro del
Cincho. Una ruta que hice la semana pasada y en la que recordé la
historia de uno de sus propietarios, Mariano Téllez Girón y Beaufort
Spontin, XII Duque de Osuna.
Poco podía imaginar María Josefa Alfonso Pimentel, duquesa de Benabente y duquesa consorte viuda de Osuna que el enorme patrimonio de su familia sería dilapidado con una rapidez inaudita a las pocas décadas de su muerte.
El responsable de semejante derroche sería su nieto, Mariano Téllez Girón. Inicialmente, Mariano no debería haber heredado el título de los Osuna, pero la repentina muerte del primogénito, Pedro Téllez Girón, XI Duque de Osuna, hizo que el título y las posesiones familiares recayeran en Mariano. Unas posesiones que no eran pocas…
Se convirtió en el propietario de la mayor colección de arte privado española, entre la que se contaban una veintena de cuadros de Goya, del que su abuela, María Josefa, fue una gran protectora y mecenas. Propiedades rústicas y urbanas por toda España y Europa, entre las que se encontraba la finca de La Nava, en Algodonales, así como el mesón de esta misma localidad serrana, amén de otras propiedades en El Bosque, Zahara o El Gastor.
Pronto comenzó el derroche, empezando a destacar Mariano en la representación que hizo de la Reina Isabel II durante el entierro del Duque de Wellington y en su etapa de embajador en París, donde actuó como testigo de la boda de Napoleón III y Eugenia de Montijo. Pero sería en su etapa de embajador en San Petersburgo, en la corte del Zar Alejandro II, cuando el lujo y la desmedida se apoderarían de él.
Destinado a la corte rusa en 1856, recalaría en ella en su tren privado, un tren que iría recalando en las distintas mansiones y castillos que Osuna poseía por toda Europa. A pesar de que se encontraría en San Petersburgo hasta 1868, Mariano dio orden de que todos sus palacios y mansiones estuvieran abiertos y a pleno funcionamiento, con comida y cama preparados, por si le daba por acudir. Igualmente ordenó que un cochero estuviera constantemente esperándolo en la estación de ferrocarril de Madrid, por si le daba por aparecer, algo que sus criados debían cumplir ya que al ser su tren privado no cumplía con los horarios regulares de los servicios normales.
Mantuvo su tren privado en continuo funcionamiento, entre San Petersburgo y Madrid, pues según él debía estar informado constantemente de los acontecimientos y noticias de España. Tenía por costumbre Mariano regalar rosas blancas a las mujeres que le gustaban por lo que en su tren privado, junto a sus consejeros, viajaba un destacable cargamento de rosas blancas que iban dejando a sus conocidas para ser agasajadas.
El derroche llegó al extremo de herrar sus caballos de pura raza española con una aleación de plata, dar de beber en cubos champagne a los caballos de un invitado a una de sus fiestas que le había comentado que en su casa hacía tiempo que no se probaba esta bebida, quemar fajos de billetes de rublos para alumbrarse mientras buscaba el pendiente de otra invitada que se había caído bajo el mantel de la mesa o enviar una expedición de caza a Siberia con el objetivo de capturar una especie de zorro ártico rarísimo, que se había acabado de descubrir, para hacer dos abrigos de pieles que regaló a sus criados. Se encaprichó de un caballo del conde Orloff, que no se lo quería vender, y tras entablar una discusión el príncipe ruso accedió a su venta por un precio desorbitado. El caballo, tras ser adquirido, se destinaría a mover la noria del jardín de Osuna.
Así pues, con este ritmo de gasto y ostentación que llegó incluso a acuñar la expresión popular “pareces Osuna” para hacer referencia al gasto desmedido, las enormes posesiones de la familia estaban en serio riesgo.
Osuna contrajo matrimonio en 1866 con María Leonor Salm Salm, hija del príncipe alemán de Salm Salm, pero ello no hizo más que incrementar el nivel de gasto. Dieciocho años más joven que él, la princesa también se aficionó rápidamente al tren de vida de su marido, siendo destacables y famosas las fiestas en su palacio de Las Vistillas, en Madrid.
La desamortización de Mendizábal le había dado la plena propiedad de todos sus bienes, lo que le dejó las manos libres para realizar hipotecas sobre ellas, que permitieran seguir costeándole el tren de vida que llevaba. Así, Osuna rápidamente tuvo la necesidad de pedir préstamos.
Con este objetivo acudió a Estanislao Urquijo y Landaluce, quien había amasado una gran fortuna con el negocio de la bolsa y los ferrocarriles. Urquijo dio un impresionante préstamo de noventa millones de reales a Osuna, de los que respondía con la propiedad mancomunidad de distintas fincas.
De este préstamo, la finca de La Nava, que había pasado a los Duques de Osuna tras sumar el título de Duques de Arcos, a quien correspondía la finca, respondía con una parte de novecientos mil reales. En 1870 la finca se encontraba arrendada en dos tercios a Gaspar Merencio, vecino de Algodonales, por ocho años, y la tercera parte restante a Antonio Navas Ortega, vecino de Puerto Serrano.
Una de las mejores rutas que se pueden hacer en Puerto Serrano y destacable a nivel comarcal, tanto a nivel paisajístico como histórico, es sin duda la ruta que parte de Toleta, pasa por la ermita de la Gloria, el rancho de Felisa, bordea la dehesa de la Nava y baja por el cerro del Cincho. Una ruta que hice la semana pasada y en la que recordé la historia de uno de sus propietarios, Mariano Téllez Girón y Beaufort Spontin, XII Duque de Osuna.
Poco podía imaginar María Josefa Alfonso Pimentel, duquesa de Benabente y duquesa consorte viuda de Osuna que el enorme patrimonio de su familia sería dilapidado con una rapidez inaudita a las pocas décadas de su muerte.
El responsable de semejante derroche sería su nieto, Mariano Téllez Girón. Inicialmente, Mariano no debería haber heredado el título de los Osuna, pero la repentina muerte del primogénito, Pedro Téllez Girón, XI Duque de Osuna, hizo que el título y las posesiones familiares recayeran en Mariano. Unas posesiones que no eran pocas…
Se convirtió en el propietario de la mayor colección de arte privado española, entre la que se contaban una veintena de cuadros de Goya, del que su abuela, María Josefa, fue una gran protectora y mecenas. Propiedades rústicas y urbanas por toda España y Europa, entre las que se encontraba la finca de La Nava, en Algodonales, así como el mesón de esta misma localidad serrana, amén de otras propiedades en El Bosque, Zahara o El Gastor.
Pronto comenzó el derroche, empezando a destacar Mariano en la representación que hizo de la Reina Isabel II durante el entierro del Duque de Wellington y en su etapa de embajador en París, donde actuó como testigo de la boda de Napoleón III y Eugenia de Montijo. Pero sería en su etapa de embajador en San Petersburgo, en la corte del Zar Alejandro II, cuando el lujo y la desmedida se apoderarían de él.
Destinado a la corte rusa en 1856, recalaría en ella en su tren privado, un tren que iría recalando en las distintas mansiones y castillos que Osuna poseía por toda Europa. A pesar de que se encontraría en San Petersburgo hasta 1868, Mariano dio orden de que todos sus palacios y mansiones estuvieran abiertos y a pleno funcionamiento, con comida y cama preparados, por si le daba por acudir. Igualmente ordenó que un cochero estuviera constantemente esperándolo en la estación de ferrocarril de Madrid, por si le daba por aparecer, algo que sus criados debían cumplir ya que al ser su tren privado no cumplía con los horarios regulares de los servicios normales.
Mantuvo su tren privado en continuo funcionamiento, entre San Petersburgo y Madrid, pues según él debía estar informado constantemente de los acontecimientos y noticias de España. Tenía por costumbre Mariano regalar rosas blancas a las mujeres que le gustaban por lo que en su tren privado, junto a sus consejeros, viajaba un destacable cargamento de rosas blancas que iban dejando a sus conocidas para ser agasajadas.
El derroche llegó al extremo de herrar sus caballos de pura raza española con una aleación de plata, dar de beber en cubos champagne a los caballos de un invitado a una de sus fiestas que le había comentado que en su casa hacía tiempo que no se probaba esta bebida, quemar fajos de billetes de rublos para alumbrarse mientras buscaba el pendiente de otra invitada que se había caído bajo el mantel de la mesa o enviar una expedición de caza a Siberia con el objetivo de capturar una especie de zorro ártico rarísimo, que se había acabado de descubrir, para hacer dos abrigos de pieles que regaló a sus criados. Se encaprichó de un caballo del conde Orloff, que no se lo quería vender, y tras entablar una discusión el príncipe ruso accedió a su venta por un precio desorbitado. El caballo, tras ser adquirido, se destinaría a mover la noria del jardín de Osuna.
Así pues, con este ritmo de gasto y ostentación que llegó incluso a acuñar la expresión popular “pareces Osuna” para hacer referencia al gasto desmedido, las enormes posesiones de la familia estaban en serio riesgo.
Osuna contrajo matrimonio en 1866 con María Leonor Salm Salm, hija del príncipe alemán de Salm Salm, pero ello no hizo más que incrementar el nivel de gasto. Dieciocho años más joven que él, la princesa también se aficionó rápidamente al tren de vida de su marido, siendo destacables y famosas las fiestas en su palacio de Las Vistillas, en Madrid.
La desamortización de Mendizábal le había dado la plena propiedad de todos sus bienes, lo que le dejó las manos libres para realizar hipotecas sobre ellas, que permitieran seguir costeándole el tren de vida que llevaba. Así, Osuna rápidamente tuvo la necesidad de pedir préstamos.
Con este objetivo acudió a Estanislao Urquijo y Landaluce, quien había amasado una gran fortuna con el negocio de la bolsa y los ferrocarriles. Urquijo dio un impresionante préstamo de noventa millones de reales a Osuna, de los que respondía con la propiedad mancomunidad de distintas fincas.
De este préstamo, la finca de La Nava, que había pasado a los Duques de Osuna tras sumar el título de Duques de Arcos, a quien correspondía la finca, respondía con una parte de novecientos mil reales. En 1870 la finca se encontraba arrendada en dos tercios a Gaspar Merencio, vecino de Algodonales, por ocho años, y la tercera parte restante a Antonio Navas Ortega Con una extensión de 3761 fanegas de tierra,
equivalentes a 2422 hectáreas, la finca de la Nava era una enorme posesión de la casa ducal de Arcos, incluida en su mayorazgo, y que delimita las mismas lindes de los términos municipales de Puerto Serrano y Algodonales. De hecho, el primer mojón (constituido por un mojón de yeso blanco) que delimita la finca se encuentra en la caída del cerro del Cincho, junto al Guadalete, al lado de Toleta, y corresponde ya con los límites de Morón y Zahara deslindados en 1485. Estaba y está atravesada por el camino de Zahara a Morón y el de Zahara a Sevilla, que era el que se seguía en las incursiones islámicas del siglo XIV que ya hemos podido ver. Poseía un caserío en los llanos del pilar, otro en el Lentisco y otro en el Cañuelo.
La delicada situación de Osuna en 1872, debiendo hacer frente al préstamo de noventa millones de reales, hizo que ese año procediera a la venta de la finca a Joaquín Peñalver y Valiente, vecino de Teba que se asentaría en Zahara, por 225.000 pesetas, pagaderas 150.000 a la fecha de la venta y las 75.000 restantes en un plazo de cinco años, con un cinco por ciento de interés anual. Joaquín Peñalver debía respetar el arriendo que mantenía con Gaspar Merencio y Antonio Navas. El importe íntegro de la venta, que traducido a reales eran 900.000, se destinaría al pago de la parte correspondiente del préstamo que Osuna le había pedido a Urquijo, por lo que el Duque no se embolsó ninguna ganancia.
A pesar de que sus administradores llevaban tiempo advirtiéndolo, Osuna siempre se negó a renunciar a su estilo de vida. Murió el dos de junio de 1882, a los 67 años, arruinado, en su castillo de Beauraing, en Bélgica. Su esposa, María Leonor, encargó para su entierro un féretro en el que se inscribieron todos los títulos y honores del Duque, más de dos mil palabras, y que nunca pagaron al carpintero. Tras enviudar, María Leonor contrajo matrimonio con el Duque de Croy-Dülmen, un noble belga, permaneciendo desde entonces alejada de España.
Las posesiones de la casa ducal de Osuna que no habían sido vendidas fueron pasto de los acreedores. La enorme biblioteca del ducado del Infantado, compuesta por 60.000 volúmenes, pasó a engrosar los fondos de la Biblioteca Nacional. Sus cuadros fueron a pasar al museo del Prado. Sus títulos nobiliarios pasaron a sus primos, los hijos del Príncipe de Anglona y Marqués de Jabalquinto.
Poco podía imaginar María Josefa Alfonso Pimentel, duquesa de Benabente y duquesa consorte viuda de Osuna que el enorme patrimonio de su familia sería dilapidado con una rapidez inaudita a las pocas décadas de su muerte.
El responsable de semejante derroche sería su nieto, Mariano Téllez Girón. Inicialmente, Mariano no debería haber heredado el título de los Osuna, pero la repentina muerte del primogénito, Pedro Téllez Girón, XI Duque de Osuna, hizo que el título y las posesiones familiares recayeran en Mariano. Unas posesiones que no eran pocas…
Se convirtió en el propietario de la mayor colección de arte privado española, entre la que se contaban una veintena de cuadros de Goya, del que su abuela, María Josefa, fue una gran protectora y mecenas. Propiedades rústicas y urbanas por toda España y Europa, entre las que se encontraba la finca de La Nava, en Algodonales, así como el mesón de esta misma localidad serrana, amén de otras propiedades en El Bosque, Zahara o El Gastor.
Pronto comenzó el derroche, empezando a destacar Mariano en la representación que hizo de la Reina Isabel II durante el entierro del Duque de Wellington y en su etapa de embajador en París, donde actuó como testigo de la boda de Napoleón III y Eugenia de Montijo. Pero sería en su etapa de embajador en San Petersburgo, en la corte del Zar Alejandro II, cuando el lujo y la desmedida se apoderarían de él.
Destinado a la corte rusa en 1856, recalaría en ella en su tren privado, un tren que iría recalando en las distintas mansiones y castillos que Osuna poseía por toda Europa. A pesar de que se encontraría en San Petersburgo hasta 1868, Mariano dio orden de que todos sus palacios y mansiones estuvieran abiertos y a pleno funcionamiento, con comida y cama preparados, por si le daba por acudir. Igualmente ordenó que un cochero estuviera constantemente esperándolo en la estación de ferrocarril de Madrid, por si le daba por aparecer, algo que sus criados debían cumplir ya que al ser su tren privado no cumplía con los horarios regulares de los servicios normales.
Mantuvo su tren privado en continuo funcionamiento, entre San Petersburgo y Madrid, pues según él debía estar informado constantemente de los acontecimientos y noticias de España. Tenía por costumbre Mariano regalar rosas blancas a las mujeres que le gustaban por lo que en su tren privado, junto a sus consejeros, viajaba un destacable cargamento de rosas blancas que iban dejando a sus conocidas para ser agasajadas.
El derroche llegó al extremo de herrar sus caballos de pura raza española con una aleación de plata, dar de beber en cubos champagne a los caballos de un invitado a una de sus fiestas que le había comentado que en su casa hacía tiempo que no se probaba esta bebida, quemar fajos de billetes de rublos para alumbrarse mientras buscaba el pendiente de otra invitada que se había caído bajo el mantel de la mesa o enviar una expedición de caza a Siberia con el objetivo de capturar una especie de zorro ártico rarísimo, que se había acabado de descubrir, para hacer dos abrigos de pieles que regaló a sus criados. Se encaprichó de un caballo del conde Orloff, que no se lo quería vender, y tras entablar una discusión el príncipe ruso accedió a su venta por un precio desorbitado. El caballo, tras ser adquirido, se destinaría a mover la noria del jardín de Osuna.
Así pues, con este ritmo de gasto y ostentación que llegó incluso a acuñar la expresión popular “pareces Osuna” para hacer referencia al gasto desmedido, las enormes posesiones de la familia estaban en serio riesgo.
Osuna contrajo matrimonio en 1866 con María Leonor Salm Salm, hija del príncipe alemán de Salm Salm, pero ello no hizo más que incrementar el nivel de gasto. Dieciocho años más joven que él, la princesa también se aficionó rápidamente al tren de vida de su marido, siendo destacables y famosas las fiestas en su palacio de Las Vistillas, en Madrid.
La desamortización de Mendizábal le había dado la plena propiedad de todos sus bienes, lo que le dejó las manos libres para realizar hipotecas sobre ellas, que permitieran seguir costeándole el tren de vida que llevaba. Así, Osuna rápidamente tuvo la necesidad de pedir préstamos.
Con este objetivo acudió a Estanislao Urquijo y Landaluce, quien había amasado una gran fortuna con el negocio de la bolsa y los ferrocarriles. Urquijo dio un impresionante préstamo de noventa millones de reales a Osuna, de los que respondía con la propiedad mancomunidad de distintas fincas.
De este préstamo, la finca de La Nava, que había pasado a los Duques de Osuna tras sumar el título de Duques de Arcos, a quien correspondía la finca, respondía con una parte de novecientos mil reales. En 1870 la finca se encontraba arrendada en dos tercios a Gaspar Merencio, vecino de Algodonales, por ocho años, y la tercera parte restante a Antonio Navas Ortega, vecino de Puerto Serrano.
Una de las mejores rutas que se pueden hacer en Puerto Serrano y destacable a nivel comarcal, tanto a nivel paisajístico como histórico, es sin duda la ruta que parte de Toleta, pasa por la ermita de la Gloria, el rancho de Felisa, bordea la dehesa de la Nava y baja por el cerro del Cincho. Una ruta que hice la semana pasada y en la que recordé la historia de uno de sus propietarios, Mariano Téllez Girón y Beaufort Spontin, XII Duque de Osuna.
Poco podía imaginar María Josefa Alfonso Pimentel, duquesa de Benabente y duquesa consorte viuda de Osuna que el enorme patrimonio de su familia sería dilapidado con una rapidez inaudita a las pocas décadas de su muerte.
El responsable de semejante derroche sería su nieto, Mariano Téllez Girón. Inicialmente, Mariano no debería haber heredado el título de los Osuna, pero la repentina muerte del primogénito, Pedro Téllez Girón, XI Duque de Osuna, hizo que el título y las posesiones familiares recayeran en Mariano. Unas posesiones que no eran pocas…
Se convirtió en el propietario de la mayor colección de arte privado española, entre la que se contaban una veintena de cuadros de Goya, del que su abuela, María Josefa, fue una gran protectora y mecenas. Propiedades rústicas y urbanas por toda España y Europa, entre las que se encontraba la finca de La Nava, en Algodonales, así como el mesón de esta misma localidad serrana, amén de otras propiedades en El Bosque, Zahara o El Gastor.
Pronto comenzó el derroche, empezando a destacar Mariano en la representación que hizo de la Reina Isabel II durante el entierro del Duque de Wellington y en su etapa de embajador en París, donde actuó como testigo de la boda de Napoleón III y Eugenia de Montijo. Pero sería en su etapa de embajador en San Petersburgo, en la corte del Zar Alejandro II, cuando el lujo y la desmedida se apoderarían de él.
Destinado a la corte rusa en 1856, recalaría en ella en su tren privado, un tren que iría recalando en las distintas mansiones y castillos que Osuna poseía por toda Europa. A pesar de que se encontraría en San Petersburgo hasta 1868, Mariano dio orden de que todos sus palacios y mansiones estuvieran abiertos y a pleno funcionamiento, con comida y cama preparados, por si le daba por acudir. Igualmente ordenó que un cochero estuviera constantemente esperándolo en la estación de ferrocarril de Madrid, por si le daba por aparecer, algo que sus criados debían cumplir ya que al ser su tren privado no cumplía con los horarios regulares de los servicios normales.
Mantuvo su tren privado en continuo funcionamiento, entre San Petersburgo y Madrid, pues según él debía estar informado constantemente de los acontecimientos y noticias de España. Tenía por costumbre Mariano regalar rosas blancas a las mujeres que le gustaban por lo que en su tren privado, junto a sus consejeros, viajaba un destacable cargamento de rosas blancas que iban dejando a sus conocidas para ser agasajadas.
El derroche llegó al extremo de herrar sus caballos de pura raza española con una aleación de plata, dar de beber en cubos champagne a los caballos de un invitado a una de sus fiestas que le había comentado que en su casa hacía tiempo que no se probaba esta bebida, quemar fajos de billetes de rublos para alumbrarse mientras buscaba el pendiente de otra invitada que se había caído bajo el mantel de la mesa o enviar una expedición de caza a Siberia con el objetivo de capturar una especie de zorro ártico rarísimo, que se había acabado de descubrir, para hacer dos abrigos de pieles que regaló a sus criados. Se encaprichó de un caballo del conde Orloff, que no se lo quería vender, y tras entablar una discusión el príncipe ruso accedió a su venta por un precio desorbitado. El caballo, tras ser adquirido, se destinaría a mover la noria del jardín de Osuna.
Así pues, con este ritmo de gasto y ostentación que llegó incluso a acuñar la expresión popular “pareces Osuna” para hacer referencia al gasto desmedido, las enormes posesiones de la familia estaban en serio riesgo.
Osuna contrajo matrimonio en 1866 con María Leonor Salm Salm, hija del príncipe alemán de Salm Salm, pero ello no hizo más que incrementar el nivel de gasto. Dieciocho años más joven que él, la princesa también se aficionó rápidamente al tren de vida de su marido, siendo destacables y famosas las fiestas en su palacio de Las Vistillas, en Madrid.
La desamortización de Mendizábal le había dado la plena propiedad de todos sus bienes, lo que le dejó las manos libres para realizar hipotecas sobre ellas, que permitieran seguir costeándole el tren de vida que llevaba. Así, Osuna rápidamente tuvo la necesidad de pedir préstamos.
Con este objetivo acudió a Estanislao Urquijo y Landaluce, quien había amasado una gran fortuna con el negocio de la bolsa y los ferrocarriles. Urquijo dio un impresionante préstamo de noventa millones de reales a Osuna, de los que respondía con la propiedad mancomunidad de distintas fincas.
De este préstamo, la finca de La Nava, que había pasado a los Duques de Osuna tras sumar el título de Duques de Arcos, a quien correspondía la finca, respondía con una parte de novecientos mil reales. En 1870 la finca se encontraba arrendada en dos tercios a Gaspar Merencio, vecino de Algodonales, por ocho años, y la tercera parte restante a Antonio Navas Ortega Con una extensión de 3761 fanegas de tierra,
equivalentes a 2422 hectáreas, la finca de la Nava era una enorme posesión de la casa ducal de Arcos, incluida en su mayorazgo, y que delimita las mismas lindes de los términos municipales de Puerto Serrano y Algodonales. De hecho, el primer mojón (constituido por un mojón de yeso blanco) que delimita la finca se encuentra en la caída del cerro del Cincho, junto al Guadalete, al lado de Toleta, y corresponde ya con los límites de Morón y Zahara deslindados en 1485. Estaba y está atravesada por el camino de Zahara a Morón y el de Zahara a Sevilla, que era el que se seguía en las incursiones islámicas del siglo XIV que ya hemos podido ver. Poseía un caserío en los llanos del pilar, otro en el Lentisco y otro en el Cañuelo.
La delicada situación de Osuna en 1872, debiendo hacer frente al préstamo de noventa millones de reales, hizo que ese año procediera a la venta de la finca a Joaquín Peñalver y Valiente, vecino de Teba que se asentaría en Zahara, por 225.000 pesetas, pagaderas 150.000 a la fecha de la venta y las 75.000 restantes en un plazo de cinco años, con un cinco por ciento de interés anual. Joaquín Peñalver debía respetar el arriendo que mantenía con Gaspar Merencio y Antonio Navas. El importe íntegro de la venta, que traducido a reales eran 900.000, se destinaría al pago de la parte correspondiente del préstamo que Osuna le había pedido a Urquijo, por lo que el Duque no se embolsó ninguna ganancia.
A pesar de que sus administradores llevaban tiempo advirtiéndolo, Osuna siempre se negó a renunciar a su estilo de vida. Murió el dos de junio de 1882, a los 67 años, arruinado, en su castillo de Beauraing, en Bélgica. Su esposa, María Leonor, encargó para su entierro un féretro en el que se inscribieron todos los títulos y honores del Duque, más de dos mil palabras, y que nunca pagaron al carpintero. Tras enviudar, María Leonor contrajo matrimonio con el Duque de Croy-Dülmen, un noble belga, permaneciendo desde entonces alejada de España.
Las posesiones de la casa ducal de Osuna que no habían sido vendidas fueron pasto de los acreedores. La enorme biblioteca del ducado del Infantado, compuesta por 60.000 volúmenes, pasó a engrosar los fondos de la Biblioteca Nacional. Sus cuadros fueron a pasar al museo del Prado. Sus títulos nobiliarios pasaron a sus primos, los hijos del Príncipe de Anglona y Marqués de Jabalquinto.
María Josefa Alfonso Pimentel, XII Duquesa de Benavente, por Francisco de Goya.. Fue por su rama familiar por la que la finca La Nava pasó a los Duques de Osuna. |
Mariano Téllez Girón. Aquí luce la cruz de Calatrava en la capa. |
Pintura en la entrada de la Parroquia de Zahara de la Sierra en la que se representa la toma de Zahara por las tropas de Rodrigo Ponce de León, Marqués de Cádiz y Marqués de Zahara desde su toma. |
Tienta de reses en la dehesa de la NAva en 1913. Fotografía de Antonio González. Basilio Peñalver y Peñalver, hijo de Joaquín Peñalver, fundó en La Nava una renombrada ganadería. |
Stanislao Urquijo, prestamista de Mariano Téllez Girón. |
Restos del rancho de Felisa, situado donde termina el monte y comienza la Dehesa de la Nava. |
Una encina en la dehesa de la Nava. |
El cerro de la Gloria visto desde el rancho de Felisa. En 1804 sus faldas eran tierras de labor y viñedos que circundaban la ermita que lleva su nombre. |
Vista de uno de los desfiladeros del Guadalete. Al fondo, la sierra de Líjar y de Grazalema. |
Por Juan Jesús Portillo Ramos (historiador y archivero local)
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