En la conferencia impartida por Juan Jesús Portillo Ramos, invitado por el Ayuntamiento Puerto Serrano y ante los alumnos del IES Vía Verde de nuestro municipio, se pudo ver, entre otros muchos temas, el referente a los
viajeros ingleses que visitaron Puerto Serrano a mediados del siglo XIX.
Ambos pasaron por la única posada que existía en el pueblo en
esas fechas, tal y como atestiguaron, siendo probablemente la posada de
la Calle de la Iglesia, que posteriormente pasó a integrarse en el
edificio del molino de Sirés, y que hasta 1818 había pertenecido a
Antonio Romero Pío, vecino de Puerto Serrano que más tarde se
trasladaría a vivir a Villamartín, que se la vendió a Juan de Navas,
esposo de María Antonia Ramírez.
De María Antonia Ramírez, ya
viuda, la posada pasaría a manos de Ramón Sirés de Moya, administrador
del duque de Ahumada, que al adquirirla junto con el molino que
Fernando Ramos Romero había construido "hacía años" para moler las
aceitunas de la finca Las Arenas, así como con las casas que daban a la
plazuela de la parroquia, propiedad la primera de Cristóbal de Vargas y
sus hijos (donde hoy se encuentra la torre del molino), la segunda,
también de María Antonia Ramírez, y la última, de los herederos de
Josefa Portillo, conformarían el edificio actual del molino.
El
primero de los viajeros pasó por nuestro pueblo en 1843.
Proveniente de Utrera, el capitán de la Royal Navy Samuel Edward Cook,
que en 1840 adquiriría el nombre de Widdrington, recaló en Puerto
Serrano , acompañado de Salazar, su guía. Widdrington poseía algunas
propiedades heredadas en Newton Hall, Northumberland, Inglaterra, donde
llegó a desempeñar de hecho en sus últimos años el cargo de alto
Sheriff. En el momento de su llegada a Puerto Serrano, contaba con 53
años.
Sus impresiones sobre nuestro pueblo quedó recogida en su
obra "España y los españoles, en 1843", publicada por T. y W. Boone en
Londres, en 1844.
Cabe destacar, aparte de la presencia de la
posada y la venta, la viva descripción que da del vendedor ambulante de
té y café que existían entonces en nuestro pueblo, y que pudo
encontrarse a las puertas de su alojamiento mientras conversaba con los
paisanos allí reunidos.
Sin más dilación, Juan Jesús nos deja el texto. Está
extraído de un ejemplar de la primera edición, de la Universidad de
California, en inglés, por lo que la traducción es propia, con ayuda de su mujer, María Fabiola Portillo, licenciada en filología inglesa.
"Atravesamos un hermoso campo que alternaba tierras de maíz y bosque,
pasando por debajo de Montellano, un lugar grande y próspero en un
hermoso enclave; es más pintoresco y salvaje conforme nos acercamos al
Guadalete, que cruzamos por un vado bastante profundo, y en el lado
opuesto, ascendiendo por un empinado terreno en ascenso, entramos en
Puerto Serrano.
Este es un pueblo rezagado, en su mayoría de
casas nuevas con buena apariencia a la distancia, pero había una posada
regular, y sólo una venta sin alojamiento. El pueblo, sin embargo, fue
muy cortés y prometió hacer todo lo posible para alojarme; limpiaron una
especie de pequeño almacén, que estaba lleno con los sabrosos artículos
que se guardan en estos lugares, muchos de ellos dejando un olor
considerable, y cuando se terminó y se hizo la cama, me recordó lo que
se llama "la habitación de estado del capitán" a bordo de un barco
mercante. El dormir en este lugar era totalmente contrario a mi
intención, y yo había planeado adelantarme a una de las aldeas de la
Serranía como se ha mencionado anteriormente, pero el guía me había
desconcertado por completo, y habría sido el colmo de la locura ser
ignorados en la región que ahora tengo delante.
Mientras estaba
en la puerta, un poco después del anochecer, hablando con la gente allí
reunida, uno de ellos vio una luz a cierta distancia y llamó a la
persona que la llevaba, con la intención de que pasara por allí. Cuando
llegó, no me sorprendió un poco encontrarle provisto de un aparato
ambulante, y té y café, que vendía ya preparado. Había una especie de
urna dividida en dos partes, una para cada clase de bebida, y calentada
por un pequeño horno de carbón debajo; en la parte superior había una
bandeja en la que había tazas, con agua para enjuagarlas después de que
se usaran, y el conjunto estaba rematado por una linterna, que servía de
protección al portador y para advertir a sus acompañantes de su
aproximación, así como para ayudarles a beber sus pociones. La máquina
era de zinc, de una mano de obra notablemente buena, y aunque en una
ciudad hubiera suscitado poca atención, me sorprendió y complació mucho
ver tal adelanto en la civilización en este rudimentario país donde se
exhibía.
Este lugar es la entrada o puerta de la Serranía, como
su nombre lo demuestra. Contraté a un guía para que nos mostrara la
entrada a los desfiladeros; comenzando a una hora muy temprana, de
manera que apenas dejamos las tierras de maíz antes de que apareciera
la luz del día, cuando abrimos el amplio valle de Zahara..."
Un
aliciente más para la salvaguarda de nuestro molino de Sirés, un
edificio que cada vez más personas del pueblo, están dispuestas a salvaguardar.
Samuel Edward Widdrington. Uno de los visitantes de la posada de Puerto Serrano en 1843, cuando todavía era propiedad de María Antonia Ramírez y se estaba produciendo la construcción del molino de Fernando Ramos Romero. |
Vendedor ambulante de Café. "La ilustración española y americana". Con un artilugio similar se ganaba la vida nuestro convecino.
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Entrada del molino de Sirés, en Puerto Serrano. Corresponde a la entrada de la posada de la calle de la Iglesia. |
Azulejo de nuestra señora de la Guía, sobre la puerta de entrada, de 1767. |
Edición que hemos usado para este artículo, perteneciente a la Universidad de California. |
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