25 feb 2020

El Puerto Serrano del Siglo XIX a Vista de los Viajeros.

En la conferencia impartida por Juan Jesús Portillo Ramos, invitado por el Ayuntamiento Puerto Serrano y ante los alumnos del IES Vía Verde de nuestro municipio, se pudo ver, entre otros muchos temas, el referente a los viajeros ingleses que visitaron Puerto Serrano a mediados del siglo XIX.
Ambos pasaron por la única posada que existía en el pueblo en esas fechas, tal y como atestiguaron, siendo probablemente la posada de la Calle de la Iglesia, que posteriormente pasó a integrarse en el edificio del molino de Sirés, y que hasta 1818 había pertenecido a Antonio Romero Pío, vecino de Puerto Serrano que más tarde se trasladaría a vivir a Villamartín, que se la vendió a Juan de Navas, esposo de María Antonia Ramírez.
De María Antonia Ramírez, ya viuda, la posada pasaría a manos de Ramón Sirés de Moya, administrador del duque de Ahumada, que al adquirirla junto con el molino que Fernando Ramos Romero había construido "hacía años" para moler las aceitunas de la finca Las Arenas, así como con las casas que daban a la plazuela de la parroquia, propiedad la primera de Cristóbal de Vargas y sus hijos (donde hoy se encuentra la torre del molino), la segunda, también de María Antonia Ramírez, y la última, de los herederos de Josefa Portillo, conformarían el edificio actual del molino.
El primero de los viajeros pasó por nuestro pueblo en 1843. Proveniente de Utrera, el capitán de la Royal Navy Samuel Edward Cook, que en 1840 adquiriría el nombre de Widdrington, recaló en Puerto Serrano , acompañado de Salazar, su guía. Widdrington poseía algunas propiedades heredadas en Newton Hall, Northumberland, Inglaterra, donde llegó a desempeñar de hecho en sus últimos años el cargo de alto Sheriff. En el momento de su llegada a Puerto Serrano, contaba con 53 años.
Sus impresiones sobre nuestro pueblo quedó recogida en su obra "España y los españoles, en 1843", publicada por T. y W. Boone en Londres, en 1844.
Cabe destacar, aparte de la presencia de la posada y la venta, la viva descripción que da del vendedor ambulante de té y café que existían entonces en nuestro pueblo, y que pudo encontrarse a las puertas de su alojamiento mientras conversaba con los paisanos allí reunidos.
Sin más dilación, Juan Jesús nos deja el texto. Está extraído de un ejemplar de la primera edición, de la Universidad de California, en inglés, por lo que la traducción es propia, con ayuda de su mujer, María Fabiola Portillo, licenciada en filología inglesa.
"Atravesamos un hermoso campo que alternaba tierras de maíz y bosque, pasando por debajo de Montellano, un lugar grande y próspero en un hermoso enclave; es más pintoresco y salvaje conforme nos acercamos al Guadalete, que cruzamos por un vado bastante profundo, y en el lado opuesto, ascendiendo por un empinado terreno en ascenso, entramos en Puerto Serrano.
Este es un pueblo rezagado, en su mayoría de casas nuevas con buena apariencia a la distancia, pero había una posada regular, y sólo una venta sin alojamiento. El pueblo, sin embargo, fue muy cortés y prometió hacer todo lo posible para alojarme; limpiaron una especie de pequeño almacén, que estaba lleno con los sabrosos artículos que se guardan en estos lugares, muchos de ellos dejando un olor considerable, y cuando se terminó y se hizo la cama, me recordó lo que se llama "la habitación de estado del capitán" a bordo de un barco mercante. El dormir en este lugar era totalmente contrario a mi intención, y yo había planeado adelantarme a una de las aldeas de la Serranía como se ha mencionado anteriormente, pero el guía me había desconcertado por completo, y habría sido el colmo de la locura ser ignorados en la región que ahora tengo delante.
Mientras estaba en la puerta, un poco después del anochecer, hablando con la gente allí reunida, uno de ellos vio una luz a cierta distancia y llamó a la persona que la llevaba, con la intención de que pasara por allí. Cuando llegó, no me sorprendió un poco encontrarle provisto de un aparato ambulante, y té y café, que vendía ya preparado. Había una especie de urna dividida en dos partes, una para cada clase de bebida, y calentada por un pequeño horno de carbón debajo; en la parte superior había una bandeja en la que había tazas, con agua para enjuagarlas después de que se usaran, y el conjunto estaba rematado por una linterna, que servía de protección al portador y para advertir a sus acompañantes de su aproximación, así como para ayudarles a beber sus pociones. La máquina era de zinc, de una mano de obra notablemente buena, y aunque en una ciudad hubiera suscitado poca atención, me sorprendió y complació mucho ver tal adelanto en la civilización en este rudimentario país donde se exhibía.
Este lugar es la entrada o puerta de la Serranía, como su nombre lo demuestra. Contraté a un guía para que nos mostrara la entrada a los desfiladeros; comenzando a una hora muy temprana, de manera que apenas dejamos las tierras de maíz antes de que apareciera la luz del día, cuando abrimos el amplio valle de Zahara..."
Un aliciente más para la salvaguarda de nuestro molino de Sirés, un edificio que cada vez más personas del pueblo, están dispuestas a salvaguardar.

Samuel Edward Widdrington. Uno de los visitantes de la posada de Puerto Serrano en 1843, cuando todavía era propiedad de María Antonia Ramírez y se estaba produciendo la construcción del molino de Fernando Ramos Romero.



Vendedor ambulante de Café. "La ilustración española y americana". Con un artilugio similar se ganaba la vida nuestro convecino.

Entrada del molino de Sirés, en Puerto Serrano. Corresponde a la entrada de la posada de la calle de la Iglesia.


Azulejo de nuestra señora de la Guía, sobre la puerta de entrada, de 1767.

Edición que hemos usado para este artículo, perteneciente a la Universidad de California.

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