A
mediados del siglo XVIII Juan Dorado, vecino de Montellano, construyó
desde los cimientos la casa que debería ocupar su hija Ana en la calle
de la Iglesia, en Puerto Serrano.
Así, por su testamento, fechado en Montellano a las ocho de la mañana del 29 de marzo de 1787 ante el escribano de Morón Francisco de Arias, Juan Dorado creaba un vínculo en el que asignaba la vivienda de Puerto Serrano a su hija Ana Cristobalina Dorado para que residiera en ella.
Ana Cristobalina disfrutaría siempre de esta casa aunque tras su posterior matrimonio con José Romero Álvarez pasaría a residir en Montellano y fue allí donde le alcanzaron los graves acontecimientos del asalto francés al municipio acaecido el catorce de abril de 1810 y donde Ana, junto a su marido e hijas, debió luchar cuerpo a cuerpo en el salón de su misma casa contra los soldados franceses que desarrollaban el asalto, logrando repeler el asalto con el uso de cuchillos, tijeras y cualquier objeto que tuvieran a mano mientras llegaba el auxilio de otros vecinos combatientes, que lograron reagruparse y acudir en su auxilio.
Poco después, tras haberse arrasado Montellano, la historia se volvió a repetir, al hacer frente al asalto del dos de mayo en Algodonales, donde la familia había acudido a refugiarse, y en el que falleció su marido, su criado Antonio Arenilla, dos de sus hijas y Francisco Ascanio, un anciano de setenta años que se sumó a la defensa, quedando además su hija Jerónima gravemente herida.
Buscando quizás un poco de sosiego y rehacerse en lo posible de la tragedia familiar, Ana volvió a su casa de Puerto Serrano, siendo allí donde su hija Jerónima, repuesta de sus heridas, contrajo matrimonio con Fernando López de Rivera, labrador de la localidad propietario de El Cañuelo y la hacienda de El Guadalete, que logró poner en explotación y que se sitúa por la parte de abajo del puente nuevo. Desde esta casa de Puerto Serrano sería desde donde Doña Ana, ya a años vista de la guerra, se quejaría amargamente de que no haber recibido la prometida pensión como indemnización de guerra, prometida por la Regencia del Reino, y que no sería aprobada hasta 1822.
Intercambiaría además una correspondencia epistolar con José Madrazo, pintor de la corte, al que Fernando VII encargó un cuadro que narrara los hechos de Montellano y Algodonales, cuadro que no llegó a realizarse. En dicha misiva, autógrafa de Doña Ana Dorado en la que se narraban estos acontecimientos de primera mano como símbolo del patriotismo y resistencia del pueblo español. A esta misiva hace referencia Eduardo Zamora y Caballero en el artículo que dedicó a las mujeres heroicas de la guerra de la Independencia, y en la que narra la historia de Ana Dorado, en el número 688 de “La Ilustración Artística”, de 4 de marzo de 1895.
Como parte de un vínculo, la vivienda de Puerto Serrano estaba sujeta al disfrute de sus derechos por Ana Dorado, y no podía enajenarse. Allí residió ella, instalándose su hija Jerónima y su yerno Fernando en la casa de al lado, por lo que la casa que ocuparía doña Ana se corresponde realmente a la que se asienta en la actualidad la residencia de ancianos, algo que he descubierto ahora.
Tras su fallecimiento la casa pasó a su hijo, José Romero Dorado. José había ingresado en el ejército a raíz de una plaza de cadete, otorgada por el gobierno de la Regencia, como recompensa por la defensa de su familia. Sus hermanos mayores habían luchado junto a su padre en Bailén y Alcolea, falleciendo uno de ellos en Ocaña, luchando con seis coraceros franceses. En 1810, cuando acaecieron los hechos que costaron la vida a su padre y a dos de sus hermanas, José contaba con doce años y fue él el que abrió fuego contra los franceses, junto a Antonio Arenilla, desde la casa de Montellano, y el que continuaría con la defensa de la de Algodonales, junto a su hermana Jerónima, una vez muertos Romero (al que quemaron en un pajar cercano para que los franceses no tomaran su cadáver), el criado Arenilla y Ascanio, llegando a comentarse que fue el que disparó el último tiro en la defensa de dicha localidad.
En 1856 José Romero Dorado ocupaba el cargo de teniente coronel de artillería, destinado en Logroño, donde moriría en 1865. Mantenía muy buena relación con su cuñado, Fernando López, quien se ocupaba de sus asuntos en Puerto Serrano.
En febrero de 1856, José Romero Dorado decidió vender la casa de Puerto Serrano, que había sido propiedad de su madre. Para ello debió de enajenarla del vínculo que fundara su abuelo y otorgar un poder a Juan Rodríguez Marín, vecino de Montellano, para que pudiera venderla por un precio de siete mil quinientos u ocho mil reales, que es lo que creía que valdría a lo sumo.
Así pues, Juan Rodríguez Marín, en base a ese poder, procedió a vender la casa a Fernando Rivera en seis mil reales. Lindaba por entonces por abajo con la de Fernando López, cuñado del vendedor, y por la de arriba con la de Miguel Rivera. La venta se realizó en agosto de 1856 ante el escribano de Puerto Serrano, Cristóbal Sánchez, por un precio de seis mil reales, algo inferior a los siete mil quinientos u ocho mil que se propietario había calculado que costaría. 1856 sería el año en que buena parte de la calle de la Iglesia adquiriría su actual fisonomía con la construcción de la torre del molino de Sirés.
La venta de la casa, junto al fallecimiento de Jerónima, sin hijos, acabaría con el rastro de la familia Romero Dorado en Puerto Serrano.
Así, por su testamento, fechado en Montellano a las ocho de la mañana del 29 de marzo de 1787 ante el escribano de Morón Francisco de Arias, Juan Dorado creaba un vínculo en el que asignaba la vivienda de Puerto Serrano a su hija Ana Cristobalina Dorado para que residiera en ella.
Ana Cristobalina disfrutaría siempre de esta casa aunque tras su posterior matrimonio con José Romero Álvarez pasaría a residir en Montellano y fue allí donde le alcanzaron los graves acontecimientos del asalto francés al municipio acaecido el catorce de abril de 1810 y donde Ana, junto a su marido e hijas, debió luchar cuerpo a cuerpo en el salón de su misma casa contra los soldados franceses que desarrollaban el asalto, logrando repeler el asalto con el uso de cuchillos, tijeras y cualquier objeto que tuvieran a mano mientras llegaba el auxilio de otros vecinos combatientes, que lograron reagruparse y acudir en su auxilio.
Poco después, tras haberse arrasado Montellano, la historia se volvió a repetir, al hacer frente al asalto del dos de mayo en Algodonales, donde la familia había acudido a refugiarse, y en el que falleció su marido, su criado Antonio Arenilla, dos de sus hijas y Francisco Ascanio, un anciano de setenta años que se sumó a la defensa, quedando además su hija Jerónima gravemente herida.
Buscando quizás un poco de sosiego y rehacerse en lo posible de la tragedia familiar, Ana volvió a su casa de Puerto Serrano, siendo allí donde su hija Jerónima, repuesta de sus heridas, contrajo matrimonio con Fernando López de Rivera, labrador de la localidad propietario de El Cañuelo y la hacienda de El Guadalete, que logró poner en explotación y que se sitúa por la parte de abajo del puente nuevo. Desde esta casa de Puerto Serrano sería desde donde Doña Ana, ya a años vista de la guerra, se quejaría amargamente de que no haber recibido la prometida pensión como indemnización de guerra, prometida por la Regencia del Reino, y que no sería aprobada hasta 1822.
Intercambiaría además una correspondencia epistolar con José Madrazo, pintor de la corte, al que Fernando VII encargó un cuadro que narrara los hechos de Montellano y Algodonales, cuadro que no llegó a realizarse. En dicha misiva, autógrafa de Doña Ana Dorado en la que se narraban estos acontecimientos de primera mano como símbolo del patriotismo y resistencia del pueblo español. A esta misiva hace referencia Eduardo Zamora y Caballero en el artículo que dedicó a las mujeres heroicas de la guerra de la Independencia, y en la que narra la historia de Ana Dorado, en el número 688 de “La Ilustración Artística”, de 4 de marzo de 1895.
Como parte de un vínculo, la vivienda de Puerto Serrano estaba sujeta al disfrute de sus derechos por Ana Dorado, y no podía enajenarse. Allí residió ella, instalándose su hija Jerónima y su yerno Fernando en la casa de al lado, por lo que la casa que ocuparía doña Ana se corresponde realmente a la que se asienta en la actualidad la residencia de ancianos, algo que he descubierto ahora.
Tras su fallecimiento la casa pasó a su hijo, José Romero Dorado. José había ingresado en el ejército a raíz de una plaza de cadete, otorgada por el gobierno de la Regencia, como recompensa por la defensa de su familia. Sus hermanos mayores habían luchado junto a su padre en Bailén y Alcolea, falleciendo uno de ellos en Ocaña, luchando con seis coraceros franceses. En 1810, cuando acaecieron los hechos que costaron la vida a su padre y a dos de sus hermanas, José contaba con doce años y fue él el que abrió fuego contra los franceses, junto a Antonio Arenilla, desde la casa de Montellano, y el que continuaría con la defensa de la de Algodonales, junto a su hermana Jerónima, una vez muertos Romero (al que quemaron en un pajar cercano para que los franceses no tomaran su cadáver), el criado Arenilla y Ascanio, llegando a comentarse que fue el que disparó el último tiro en la defensa de dicha localidad.
En 1856 José Romero Dorado ocupaba el cargo de teniente coronel de artillería, destinado en Logroño, donde moriría en 1865. Mantenía muy buena relación con su cuñado, Fernando López, quien se ocupaba de sus asuntos en Puerto Serrano.
En febrero de 1856, José Romero Dorado decidió vender la casa de Puerto Serrano, que había sido propiedad de su madre. Para ello debió de enajenarla del vínculo que fundara su abuelo y otorgar un poder a Juan Rodríguez Marín, vecino de Montellano, para que pudiera venderla por un precio de siete mil quinientos u ocho mil reales, que es lo que creía que valdría a lo sumo.
Así pues, Juan Rodríguez Marín, en base a ese poder, procedió a vender la casa a Fernando Rivera en seis mil reales. Lindaba por entonces por abajo con la de Fernando López, cuñado del vendedor, y por la de arriba con la de Miguel Rivera. La venta se realizó en agosto de 1856 ante el escribano de Puerto Serrano, Cristóbal Sánchez, por un precio de seis mil reales, algo inferior a los siete mil quinientos u ocho mil que se propietario había calculado que costaría. 1856 sería el año en que buena parte de la calle de la Iglesia adquiriría su actual fisonomía con la construcción de la torre del molino de Sirés.
La venta de la casa, junto al fallecimiento de Jerónima, sin hijos, acabaría con el rastro de la familia Romero Dorado en Puerto Serrano.
Fachada de la casa en Montellano |
Calle Romero Dorado, en Montellano. |
Firma
de Doña Ana Dorado inserta en el protocolo notarial de la venta de una
vivienda en Algodonales. Archivo Histórico Provincial de Cádiz.
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Fachada de la casa de Carlos Marcos Martel, en Algodonales, que debió ser reducida a cañonazos por las tropas de Marensí. |
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